Re-pensar
la existencia desde la propia realidad no siempre resulta ser un proceso de
claridad ni mucho menos ajeno a la vida de los otros y otras con quienes
compartimos nuestro caminar particular.
Lejos de esto, nuestra experiencia vital y todo lo que ella implica, se
ve permeada y en constante relación con todo lo que nos rodea y, de manera muy
particular, está muy vinculada a la experiencia de vida de las personas con
quienes compartimos la cotidianeidad. Es
en éste contexto en el que se precisa afrontar los retos y oportunidades
vitales, estos como momentos de descubrimiento en donde se puede concretar una
transformación hacia la propia integridad.
¿Pero cuáles podrían ser algunos de los pasos necesarios en este
proceso de profundidades y crecimiento? ¿A qué se podría prestar atención para no
perderse en intentos fragmentados y aislados que limiten nuestra experiencia de
vida? ¿Cómo podríamos re-tomar el curso
de nuestras acciones hacia prácticas más respetuosas y coherentes que promuevan
un auténtico desarrollo y calidad de vida?
Estas inquietudes nos llevan a una reformulación de nuestra propia
formación-información, esa que, en cierto modo,
moldea nuestra manera de percibir y de actuar en la vida.
Parece
que, entre los primeros desafíos en este ‘irse haciendo’, hay que des-construir
la tan afianzada idea de Ortega y Gasset sobre el “yo soy yo y mi circunstancia”.
Esto así, porque nuestra experiencia vital no se reduce a la realidad
particular y muchos menos la circunstancia de cada persona existe de manera
aislada. En tal sentido, el reto de
re-definir lo que hemos aprendido como clave única y válida de interpretación
de la vida, implica una nueva manera de educción, una nueva apreciación y
acercamiento a realidades conocidas y por conocer, pero con ‘lentes’ diferentes
de apertura a posibilidades infinitas.
Sí, éste, sin caer en recetarios ni absolutismos, pues no creemos en
caminos únicos, parecería ser un momento desafiante ante cualquier situación
con esperanza de cambio.
Una
nueva apertura y acercamiento a lo cotidiano (nuevo aprendizaje) nos puede
conducir a descubrimientos de implicaciones únicas, tanto particulares como
colectivas. Es en el contexto de
sentirse y saberse en relación donde dichos descubrimientos pueden llevarnos a
una mejor comprensión de nuestra propia existencia y de su vinculación con el cosmos,
no ya desde una visión de dominación, sino en una nueva relación en la que nos
sentimos parte de, acompañados y acompañadas; en fin, como seres con sentido de
pertenencia, de respeto y dignidad ante todo lo que representa la vida.
Si
nuestro caminar, de constante retos y oportunidades y orientado desde una nueva
manera de ver el mundo nos conduce a descubrimientos esenciales, entonces
podría decirse que hay una invitación muy concreta en dichos descubrimientos
para la transformación. Una
transformación que va más allá de los modelos conceptuales, sociales y
políticos en las que hemos sido formadas y formados. Esta transformación ha de concebirse como
movimiento en expansión y de complejidad, pues, la misma integra en sí todo
nuestro sentir, actuar y todas las relaciones, conscientes o no, en las que de alguna manera nos vemos
involucrados e involucradas.
Transformase
en este sentido es revolucionarse intencionalmente. Esto es, con apertura a todo aquello que
pudiere demandar cambios de mayor envergadura, con la mirada puesta en cómo
afinar la sensibilidad ante lo ajeno y lo propio, pero sobre todo con la
voluntad de trabajar para todo aquello que representa el aprendizaje, respeto y
desarrollo de calidad de la experiencia humana como parte integral de la vida. Lo
que en otras palabras, nos lleva a asumir el significado ético, socio-político,
ambiental, espiritual y de constate cambio, entre otros, que dicha
trasformación requiere.
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